Alex: el alcohol y el retorno a
los pañales
A los cinco Alex de mis lista de amigos
Hace tiempo que no me divertía
tanto, la noche anterior había sido una noche espectacular llena de música psicodélica,
drogas y alcohol. Era mi primera fiesta de preparatoria, estaba alterado, muy
alterado, hacia cosas locas, sentía la adrenalina fluir por mis venas, la
euforia del momento. Todas las luces y el flash
intense que se quedaba en mi memoria. Todo había salido perfecto y había
obtenido el número de al menos tres chicas que me simpatizaban por igual. Lo
único que recuerdo es que me divertí como nunca antes, y creo que al menos besé
a un chico en la emoción del momento, le echo la culpa a las drogas. Aún puedo
escuchar la música de la banda retumbar a muchas cuadras, puedo recordar a mis
amigos bailando suspendidos en el tiempo, con esas ropas coloridas y
desalineadas. La cara de Ike sintiéndose mal por el alcohol, Matías loco con la
música electrónica y las drogas. Esas que nos hacían recorrer cada emoción a
mil por segundo. Había sido tan perfecto, hasta hoy en la mañana, nunca me
había pasado nada como esto, a mis diez y
seis años, había mojado la cama, todas mis ropas y cama estaban hechas un
desastre total, parecía que un diluvio había pasado por ellas. Me quería morir,
que un hueco hacia el centro de la Tierra me succionara. Me desperté y ya todos
sabían que había mojado la cama, mamá, papá, e incluso mi hermano mayor Nicolás,
sólo era cuestión de que yo me levantará, para que el caos y el dios de la mala
suerte apuntarán sobre mí sus pliegos con deseos oscuros. Lo primero que hice
al levantarme fue encerrarme en la ducha, dejando atrás mis ropas húmedas y
pegajosas. Tarde al menos una hora en el baño, suficiente para que mi madre, se
llevará las ropas mojadas e hiciera la cama. Ahora estaba en serios problemas,
no quería decir lo que había hecho anoche, porque sabía que me iría peor, así
que decidí actuar sólo como un niño que había mojado la cama. Y eso fue lo que
les dije a mis padres, que había mojado la cama sin querer, y al parecer mis
padres me creyeron, no estaban muy contentos con el sucedido, pero sabían que
ese tipo de cosas no eran normales en un chico de dieciséis años. Tomé el
desayuno y para después ir a clases. En la preparatoria todos hablamos sobre lo
grandioso que había sido la fiesta de anoche. El día transcurrió normalmente, a
la salida de la preparatoria mi madre estaba esperándome en su coche, y allí
fue cuando me di cuenta de que algo realmente malo sucedía, mi madre había
hecho una cita con el doctor y con el psicólogo. El doctor me hizo exámenes para
descartar algún problema fisiológico, para mi buena o mala suerte, los
resultados de los exámenes arrojaron que mi vejiga no era la suficientemente
madura para un chico de mi edad, aunque antes no había tenido problemas con
mojar la cama, pues me despertaba al menos dos veces para ir al baño. Lo peor
no era el diagnóstico del doctor, sino el que haría después el psicólogo, decía
que el mojar la cama era una respuesta del inconsciente para llamar la atención
de los padres, lo que yo necesitaba era más atención y cariño de mis padres.
Tanto mi madre como mi padre, ambos, escuchaban pacientemente lo que tenía que
decir el psicólogo, les comentaba de los avances en el análisis del inconsciente
y las nuevas terapias hacías la reconfiguración del desarrollo normal en el ser
humano, según estas el amor y el cariño se imprimen a una temprana edad en los
niños y eso hace que crezcan de forma saludable y sean menos propensos a tener
problemas emocionales en la adolescencia y la adultez. Y después estaba esa fea
palabra que calaba en mis oídos terapia de regresión, ante la cual me quede
mudo, aunque no sabía exactamente qué significaba. Después todos los líos con
el médico y el psicólogo volvimos a casa. Mi madre se veía algo angustiada y
mientras que mi padre lucia sereno y trataba de consolar algo a mamá y le decía
que era por mi bien. Durante largo rato me escondí en mi cuarto, si ya sé, vaya
qué escondite no. Ese día no hice más que estar encerrado escuchando la misma
música que me hacía sentir eufórico e intoxicado de nuevo. Así pase la tarde,
intentando despreocuparme. Hasta que escuche que tocaban a mi puerta, ya era
hora de dormir, era lo suficientemente tarde como para estar cansado. Abrí la
puerta y entré en shock cuando miré a mi madre. Mi madre traía consigo un par
de bolsas y una de ellas contenía unos pañales de mi talla con uno dibujos de
dinosaurios lo suficientemente sosos como para salir corriendo de la habitación
e irme a vivir debajo de los puentes y las limosnas de los transeúntes. Pero no
hice nada de eso, no me respondió el cuerpo, sólo escuchaba lo que decía mi
madre Alex, desde hoy algunas cosas van a
cambiar y vas a necesitar estos por un par de tiempo, mientras se soluciona tu
problema. Tras lo cual yo no pude decir nada, mi madre me hizo sacarme toda
mi ropa y recostarme en la cama, para ponerme esa cosa. No quería problemas,
así que hice todo lo que me decía, intentaba salvar mi pellejo de algo peor.
Así que mi madre puso el pañal debajo de mis piernas, y después puso talco en
mí, para finalmente abrochar perfectamente aquel pañal. Después de ello, me
dijo que podría quedarme así pues hacia suficiente calor como para no ponerme
más ropa encima. ¿Esperen, los pañales son ropa?...como sea. Cuando mi mamá dejo
la habitación, no pude evitar la tentación de mirarme al espejo, y ver lo
horriblemente soso que me veía, pero por otro lado muy en mi interior parecía
disfrutar de esa imagen, los pañales me venían perfectos parecían haber sido
creados justo a mi medida, fue entonces que repentinamente dije qué afortunado,
para mis adentros cuando me di cuenta de esto tragué saliva, pero qué estoy
pensando. ¡Qué locura! Como terminé metido en esto. Y para no seguir atormentándome,
decidí irme a dormir. Al siguiente día me desperté y miré hacia mis piernas, oh
sí adivinen, mojado de nuevo. Pero esta vez había algo macabro en mi cabeza,
disfrutaba de esa sensación de estar mojado y en pañales, entonces decidí bajar
a tomar el desayuno con sólo unos pañales mojados puestos. En la mesa estaba
Nicolás, que no pudo evitar reír y disparar leche por su nariz y mi padre, le
echo una mirada inquisitiva, sé tranquilizo y siguió tomando su desayuno. Mi
padre me miró y dijo qué bueno que ya te
vas acostumbrando a ellos, los vas a necesitar algo de tiempo, hasta que te
sientas mejor. Mi madre me preparo unos deliciosos waffles, lo único que me
sorprendía es que la leche que me había servido estaba en un botecito
entrenador con un oso que parecía salido de una caricatura de Discovery Kids©. Mi
cabeza era una máquina confundida, que me enviaba señales dobles por un lado el
rechazo por todo lo infantil y por el otro el gusto y el goce porque esto me
estuviera sucediendo. Estaba feliz y en shock. Mi mente estaba en otro lugar en
el del placer bobo, antes de que pudiera hacer un desastre, ya estaba tomando
la leche del bote entrenador. Disfrutaba la sensación de mis pañales mojados y
de ser cuidado. Mi hermano se quejaba de los nuevos privilegios que ahora
tendría, no iría a la escuela por un tiempo, hasta que el terapeuta decidiera
que era mejor para mí. Estaba a merced de ese loco, que sólo deseaba usarme
como carne de laboratorio. Todo era tan extraño, será que en el fondo todos
llevamos esos sentimientos internos hasta que de repente algo los activa de
nuevo. Después del desayunó mi madre me cambió por segunda vez, me puso en unas
ropas infantiles, un overall con un dinosaurio estampado, que hacía notar mis
pañales. Finalmente me ordeno que bajara a ver televisión, yo no hice más que
ver caricaturas todo el día, desde Bob Espoja, Zoids, Digimon, étc. Y así fue
que comenzó mi extraña obsesión con mi infancia y las cosas de bebé.
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