LOS
AMIGOS SAURIOS
Hace un par de semanas mientras
me encontraba con Emil en una aventura épica en donde él se convertía en una
especie de conejo mutante dictador de los Sacrodinoreinos, yo intentaba
liberarlos de su dominio, recuerdo que era verano e iba vestido apenas con unos
shorts y una gorra de esas terribles que llevan orejas, pienso que si el resto
de mis amigos me hubiese visto seguro que sueltan una carcajada, me gusta hacer
cosas bobas cuando estoy con Emil, claro a todos nos gusta hacer tonterías al lado
de nuestros mejores amigos. Existía algo especial que me unía con Emil, a veces
era esa inocencia perturbadora que iba de dictaduras de casa de árbol, hasta
construcciones con estilos nucleares, a mí siempre me gusto ser el ingeniero
Saurio, que a veces le gustaba ser pato, y es que a los de nuestra especie
también se les llama brontosaurio o apatosaurio, dirijamos grandes mandas de
peluches-fantasma hacia la construcción de inhóspitas utopías habitadas por
seres fantásticos, podía haber habitantes del Este que era como una especie de gnomo
con poderes, hasta bestias míticas como dragones o elfos de los castillos.
Nuestros pensamientos trasformaban la realidad hasta convertirla en algo más
allá de los videojuegos y los programas de televisión en turno que inundan los
canales de televisión del moderno ocio. Emil y yo compartimos la magia, a pesar
de que ya no somos tan pequeños, ambos acabamos de terminar el primer año del
secundario, antes teníamos miedo de perder los poderes, de que se derrumbara
todo ante nuestros ojos fluorescentes de guardián cosmonauta del mundo perdido.
Ese verano cuando Emil llevaba a cabo la invasión de los Sacrodinoreinos,
llegamos a un gran descubrimiento que nos llevaría a compartir un secreto bajo
la promesa de Saurios honorarios. Esa mañana mientras jugábamos descubrimos una
caja inusual que contenía un motón de preciados tesoros de la infancia, entre
los que se encontraban, un oso felpudo que llevaba por nombre Maastrich habría pertenecido entonces a un
principito, ahora convertido en dinosaurio mutante con poderes, además de
aquello también encontramos pijamas y un paquete de pañales con estrellas y motivos
infantiles, entonces a Emil se le iluminaron los ojos, como si hubiese
descubierto aquel mundo perdido, antes de los dinosaurios y los universos fantásticos.
Me miró a los ojos, mientras observaba los objetos de nuestro motín, y antes de
que pudiera hacer alguna cosa terrible, Emil ya había emprendido un viaje en el
tiempo otro. Me dijo que era muy probable que aún pudiésemos entrar en los pijamas,
incluso en los pañales y que deberíamos intentarlo, no tuve alternativa alguna,
y decidí que quizá después de todo eso era lo que estábamos buscando en este
mundo perdido, perpetuar algo que estaba antes de la lucha contra los
televisores y el moderno ocio: la dictadura de crecer. Recuerdo que aquel
verano además de nuestros juegos habituales adquirimos la manía de utilizar
nuestros pijamas y aunque no lo crean también los pañales, que hasta hoy a la
fecha no podemos desterrar de nuestros armarios, escondrijos, y lugares
ultrasecretos. Ahora, Emil y yo, somos cómplices de otro mundo, uno en donde
crecemos al revés y nos convertimos en los eternos niños en contra del
absolutismo adulto.
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